La crisis silenciosa del balonmano: violencia en las gradas, impunidad en los despachos

El balonmano siempre se ha caracterizado por ser un deporte de respeto, compañerismo y valores. Un juego en el que la pasión se vive intensamente, pero donde la deportividad ha primado sobre la violencia. Sin embargo, en los últimos tiempos, hemos sido testigos de una preocupante tendencia: la «futbolización» del balonmano. Un fenómeno que, lejos de enriquecer nuestro deporte, lo está contaminando con actitudes ajenas a su esencia.

El trágico suceso que ha conmocionado al mundo del balonmano y del deporte en general no es más que el reflejo de cómo está nuestra sociedad. La agresión sufrida por el abuelo de un árbitro, que terminó en su fallecimiento tras más de dos meses en la UCI, es una consecuencia directa de la crispación creciente en las gradas y en el entorno del balonmano, pero, ¿Cómo hemos llegado a este punto?

La respuesta es clara: la influencia del fútbol y su cultura de enfrentamiento está calando en nuestro deporte. No podemos ignorar que el fútbol, con su enorme repercusión mediática, ha normalizado comportamientos inaceptables. Protestas, insultos, presiones desmesuradas y, en los casos más extremos, agresiones físicas. Un modelo que, tristemente, algunos están trasladando al balonmano y otros deportes.

Lo más grave no es solo la existencia de esta violencia, sino la total inacción de la Federación Española de Balonmano.

Un post en redes sociales condenando la violencia queda muy bonito, pero es absolutamente insuficiente. ¿De qué sirve la indignación si no se acompaña de medidas reales? Esta lacra ocurre en todas las categorías, desde benjamines hasta ASOBAL, y la federación no está haciendo nada efectivo para frenarla. No basta con mensajes de repulsa o minutos de silencio; se necesitan sanciones ejemplares, un protocolo claro contra la violencia y una educación firme desde la base.

Es necesario tomar medidas urgentes para frenar esta lacra. No podemos permitir que el balonmano pierda su identidad ni que quienes deberían protegerlo miren hacia otro lado. Es responsabilidad de todos: federaciones, clubes, jugadores y aficionados. La educación en valores debe ser un pilar fundamental desde la base, pero sin acciones contundentes por parte de la federación, el mensaje se queda en palabras vacías.

El problema es estructural y está presente en todos los niveles del balonmano español. Lo ocurrido en Sanxenxo no es un hecho aislado. Ejemplo de ello es lo que sucedió recientemente en Lanzarote en el partido entre el CB San José Obrero y el Fertiberia Puerto Sagunto. En ese encuentro, las árbitras fueron víctimas de insultos y amenazas de muerte por parte de un grupo de aficionados del equipo local. Frases como «hijas de puta, venid fuera que os vamos a matar» o «no vais a salir vivas» se gritaron impunemente desde la grada. A lo largo del partido, las colegialas no recibieron respaldo por parte de la organización, ni siquiera del delegado de campo, quien llegó a justificar la situación alegando que «vosotras sois árbitras, tenéis que aguantar esto porque es vuestro trabajo».

¿Qué más tiene que pasar para que se actúe? ¿Esperamos a lamentar otra tragedia? La falta de medidas convierte a la federación en cómplice de una situación que se repite una y otra vez sin consecuencias reales. ¿Dónde están las sanciones ejemplares? ¿Dónde están las campañas efectivas de concienciación? Si no se toman decisiones contundentes, la violencia seguirá enquistada en nuestro deporte, con árbitros, jugadores y aficionados sufriendo las consecuencias.

No podemos permitir que lo ocurrido en Sanxenxo se repita. El balonmano debe seguir siendo un refugio para quienes aman el deporte, no un campo de batalla donde la violencia imponga sus reglas.

Que la memoria de Andrés no sea en vano. Que su historia nos recuerde que el balonmano no debe convertirse en lo que nunca fue. Y que la federación deje de lavarse las manos y tome de una vez por todas las medidas necesarias antes de que sea demasiado tarde.

Fotografía: EFE – Salvador Sans

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