Lo que debía ser una tarde más de balonmano base en Sanxenxo terminó convirtiéndose en una tragedia que ha puesto en jaque la violencia en el deporte. Andrés Rico Lores, de 68 años, perdió la vida tras permanecer más de dos meses en coma, víctima de un empujón recibido mientras defendía a su nieto, árbitro en un partido de cadetes.
El fatídico episodio ocurrió el 15 de diciembre, cuando el abuelo intervino al escuchar insultos dirigidos al joven colegiado. Su gesto de protección tuvo una respuesta brutal: un aficionado lo empujó, haciendo que cayera y se golpeara la cabeza contra un escalón. La lesión resultó irreversible y, tras una larga agonía en el hospital, falleció.
Su muerte ha teñido de luto los pabellones y ha reavivado el debate sobre la agresividad en el deporte. «Esperemos que esto sirva para cambiar las cosas», clamó Bruno López, presidente de la Federación Gallega de Balonmano, que reconoció la falta de reacción ante una escalada de violencia que se ha normalizado en los recintos deportivos.
El caso ha dado un giro judicial: el presunto agresor, inicialmente investigado por lesiones, ahora se enfrenta a cargos por homicidio imprudente. Mientras, la indignación crece en la comunidad deportiva y social. Desde la federación gallega han pedido perdón al fallecido en una carta pública: «Por sacrificarte para cambiar lo que muchos niegan».
En O Grove, localidad natal de Andrés, el dolor es palpable. El Ayuntamiento ha decretado tres días de luto oficial y convocado a un minuto de silencio en su memoria. La familia, devastada, clama por justicia: «Maldito empujón, maldito el momento en que se cruzó en nuestras vidas», escribió una de sus hijas en redes sociales.
El balonmano gallego, y el deporte en general, se enfrenta ahora a una pregunta incómoda: ¿Cuántos Andrés Rico más deben caer antes de que se actúe con contundencia contra la violencia en el deporte base?